El consumidor cuando acude a su establecimiento para comprar un producto lácteo (leche cruda, pasteurizada, suero de leche, queso y yogur), tiene que estar seguro de lo que está comprando. Hay que hacer un correcto etiquetado de sus ingredientes y componentes. Los quesos no se libran del fraude alimentario. En ocasiones la leche con la que se ha elaborado un queso no coincide con los porcentajes reflejados en la etiqueta, porque el productor ha incluido leche más barata (normalmente la de vaca) en detrimento de la leche de oveja o cabra o simplemente porque no haya cuidado al 100% las medidas de higiene entre una producción y otra y hayan quedado restos mínimos.
Las quejas surgieron de asociaciones agrícolas y ganaderas como ASAJA (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores) o UNIPROCA (Unión de Productores de Caprino), quienes advirtieron de estas prácticas desaprensivas. Este fenómeno especulativo se debería a una bajada de precios del vacuno y un intento de algunos ganaderos de sacar el máximo provecho a la leche de esta especie.
En el año 2018 el MAPAMA (Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente) tomó medidas y solicitó a los Servicios de Control de la Calidad y Defensa contra Fraudes de las comunidades autónomas que, dentro de las inspecciones programadas, aumenten los controles a estos productos para verificar si los porcentajes en las leches empleadas se corresponden con los que figuran en las listas de ingredientes. Esta situación obligará también a los productores a tener un control más exhaustivo de sus productos. Para ello, un productor debe disponer de un test rápido para la detección de adulteraciones en leche sencillo de utilizar que le garantice que la pureza de sus quesos. Según la legislación vigente un queso puro no puede superar el 0,5% de leche de otra especie.